lunes, 27 de mayo de 2013

CAMPO DE CRIPTANA EN EL TIEMPO DEL QUIJOTE VI


El nivel cultural de los criptanenses de entonces no difería del que era general en aquella España de grandes contrastes, y no digamos del que era habitual en las áreas rurales. Un buen porcentaje de la que denominamos “población en edad escolar” no frecuentaba ningún tipo de escuela. El analfabetismo era condición de muchísimos españoles. Dice Sancho: “yo no sé leer ni “escrebir” (Capítulo X, 1ª parte). Cuando en Sierra Morena don Quijote hace penitencia y manda a Sancho llevar una carta a Dulcinea, dice don Quijote: “a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer” (Capítulo XXV, 1ª parte).

Restos de las reliquias de las Once mil Vírgenes
Casi era algo extraordinario, sobre todo en el medio rural, que hubiera personas con conocimientos de lectura y escritura. Llamaba la atención lo contrario. Por eso en el transcurso del encuentro de don Quijote y Sancho con los cabreros, y como muestra del agasajo que querían hacerles, dice uno de los cabreros: “queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir” (Capítulo XI, 1ª parte).

Eran habituales las lecturas en común. Hablando de libros de caballerías en la venta, dice el ventero: “cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas” (Capítulo XXXII, 1ª parte). En efecto, capaces de leer eran pocos; entre los que sabían hacerlo se encontraban el clero, la nobleza, abogados, escribanos, médicos- intelectuales, en una palabra-, funcionarios ... y no muchas categorías sociales más.

En los siglos XVI y XVII en la escuela que llamamos primaria se enseñaba a leer, a escribir y las más elementales operaciones de aritmética, además de, por supuesto, la doctrina cristiana; en el caso de las niñas, actividad destacada era la enseñanza de labores propias de su sexo. Dado que la instrucción no figuraba entre las previsiones de gasto del Estado, las escuelas o eran privadas o eran subvencionadas por los municipios, extremo este último que no evitaba que los alumnos tuvieran que pagar, salvo en casos de notoria pobreza, gasto que, aun siendo pequeño, hacía que buen número de familias desistieran de llevar a sus hijos a clase. A veces, también en colaboración con los ayuntamientos, las comunidades religiosas ofrecían sus servicios en este sentido. 


Exvotos en la ermita de la Virgen de Criptana
Dentro de ese contexto, la enseñanza en Campo de Criptana se movía dentro de parámetros de clara deficiencia. De principios del siglo XVII es una petición que la autoridad municipal elevó al Rey a través del Consejo de las Órdenes Militares en el sentido de que se le concediese licencia para contratar a un maestro, al que se le pagaría 3.000 maravedís al año procedentes de los fondos de sus bienes de Propios; se exponía que la villa tenía más de 1.500 vecinos (unidades familiares) –cifra tal vez algo exagerada para reforzar la petición- y que aquí no había ningún maestro que enseñara, con el cuidado que convenía, a leer, escribir y contar. El 23 de septiembre de 1603, desde Valladolid –donde estuvo la Corte entre 1601 y 1606- Felipe III dio su visto bueno a la solicitud formulada.

Viendo el tema con la suficiente perspectiva, puede decirse que la precariedad de los recursos educativos no mejoró mucho con el paso del tiempo. Cierto es que en Campo de Criptana, como en El Quijote, también había algún que otro bachiller, y asimismo licenciados, como se llamaba también a parte de los eclesiásticos. Dice Sancho: “anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller” (Capítulo II, 2ª parte). En nuestro pueblo en el último cuarto del siglo XVI vivían, entre otros, el bachiller Granero, y ya en el siglo XVII el licenciado Villanueva, que era médico, y el licenciado Juan Baíllo Carrasco, que sería alcalde ordinario en 1619. En 1605 vivían, por citar sólo a algunos, los bachilleres Tardío, Sánchez Quintanilla y el licenciado Agustín Tardío.

Eran ésos títulos que hacían preciso el paso por la Universidad, para lo que requisito imprescindible era el conocimiento de la lengua latina, cuyo aprendizaje, así como el de otras materias preparatorias para estudios superiores, se obtenía en las conocidas como Escuelas de Gramática, ubicadas en poblaciones de cierta importancia. Estaban a cargo del “dómine”, que solía ser un cura o bien un estudiante que no había llegado a obtener éxito en sus estudios y se ganaba de esa manera la vida. Estas Escuelas, también llamadas de Latinidad, fueron aumentando su número en el siglo XVII pues eran el medio, en caso de aprovechamiento, para llegar al sacerdocio. A lo largo de la Edad Moderna en Campo de Criptana hubo épocas en que existió alguna que otra Escuela de este tipo, y por lo dicho no parece descabellado afirmar que este tipo de estudios los hubo aquí en torno a 1600. 


San Sebastián
En aquellos tiempos en nuestro país, como en otros, cultura y religión iban de la mano. Hay un pasaje de la segunda parte de la novela, cuando de noche caballero y escudero entran en El Toboso, una de cuyas frases se utiliza con cierta frecuencia, muchas veces fuera de contexto. Don Quijote y Sancho acceden a El Toboso una noche sólo alumbrados por la luna en busca del palacio de Dulcinea y “ (…) habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: - Con la iglesia hemos dado, Sancho (…)” (Capítulo IX, 2ª parte).

En cualquier localidad la Iglesia Católica era omnipresente, hasta físicamente, con la presencia de los templos. Pero dejando aparte la repetida frase, de lo que no cabe ninguna duda es que cualquier forma de cultura, así como hasta los más mínimos detalles del acontecer diario, estaban entonces penetrados, de forma más que absorbente, por las creencias y el sentimiento religiosos.

Eran tiempos en los que la religión se vivía con intensidad, tanta que hasta más de una vez estaba en el trasfondo de los conflictos bélicos. Eran, por otra parte, tiempos de reformas. Lutero en la segunda década del siglo XVI había protagonizado un cisma en la Iglesia con su Reforma protestante. La Iglesia Católica, consciente de la necesidad de un cambio interno, también se embarcó en su propia Reforma, la Contrarreforma la llamaron los protestantes. Para ello celebró un Concilio, el de Trento, que se alargó durante años, entre 1545 y 1563. Cuando acabó era rey de España Felipe II, que, sintiéndose católico hasta la médula, se erigió en el defensor a ultranza del catolicismo: los acuerdos de aquel Concilio se convirtieron en leyes de obligado cumplimiento en los territorios de su monarquía. 



        San Gregorio Nacianceno
De la presencia de la religión en la vida cotidiana en Campo de Criptana pueden aducirse no pocos ejemplos. Uno de ellos es la importancia atribuida a las reliquias de santos y santas, concretada en la llegada a nuestra villa de las reliquias erróneamente llamadas de las once mil vírgenes, en realidad, y al parecer, de Santa Úrsula y compañeras mártires. A finales de 1615 tuvo lugar aquí todo un acontecimiento: dos cráneos y un relicario, compuesto por distintos tipos de huesos, fueron llevados en procesión solemne por las calles principales, por las que discurría habitualmente la procesión del Corpus Christi, para acabar siendo depositadas en la iglesia parroquial. Las reliquias habían sido donadas por el arzobispo de Colonia al criptanense Juan Ramírez, capitán en los ejércitos de Flandes, y éste las envió a su pueblo a través de un paisano suyo, el alférez Sebastián Sánchez Quirós. Lo que queda del relicario está depositado hoy en la iglesia del desaparecido Convento de carmelitas descalzos, en una hornacina abierta en uno de sus muros.

No eran las únicas reliquias objeto de veneración. Las Relaciones de Felipe II (1575) se refieren a un fragmento del Lignum Crucis guardado en una cruz de oro también en el templo parroquial, que “tienese en grande veneracion y devocion en esta villa porque se tiene por muy cierto de que viene tempestad de piedra que jamas sacando la Cruz apedrea en este termino”.


Estaba muy extendida también en aquella época la creencia en milagros, algunos atribuidos a la Virgen de Criptana. El agradecimiento por parte de los fieles por los favores prestados se manifestaba en la donación de exvotos que quedaban expuestos en la propia ermita: “ha habido muchas muletas, bragueros de niños quebrados en ella”, dicen las Relaciones.

También estaba extendida la creencia en la labor protectora de los santos y santas sobre distintos aspectos de la vida diaria. Es el caso de San Sebastián, considerado abogado y protector frente a las epidemias de peste, tradicionalmente venerado - por la misma razón lo era San Cristóbal -, con una misa y sermón en el día de su fiesta en su ermita, en torno a la cual también se llevaba a cabo una procesión; en 1612 el Ayuntamiento decretaría el establecimiento de la vigilia anual de San Sebastián: el día anterior a la fiesta no se podría comer carne ni las carnicerías podrían abrir sus puertas.

Otro santo protector, éste del cultivo de la vid, era San Gregorio Nacianceno: “Esta votado San Gregorio Nacianceno que es a nueve de mayo por el gusano de las viñas con una procesión y misa” afirman las Relaciones. 

FRANCISCO ESCRIBANO SÁNCHEZ-ALARCOS

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